El Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein (1889-1951) constituye uno de los iconos culturales del siglo XX. Sin duda una de las obras capitales y de mayor influencia de la filosofía occidental, se encuentra también entre las más citadas por pensadores de posiciones filosóficas hartamente dispares. Por un lado, su estilo es cautivador: sus lacónicos párrafos de apariencia aforística —aunque encajados dentro de una muy trabajada estructura indicada por una numeración característica— son una especie de “trinos sincopados” con diferentes tempi musicales. Por otro, la descripción de su contenido tiene tintes heroicos: «El libro trata de los problemas de la filosofía y muestra […] que el planteamiento de estos problemas descansa en una mala comprensión de la lógica de nuestro lenguaje.»
Obra bastante breve en extensión (alrededor de 70 páginas) pero muy compleja, el Tractatus dio lugar a numerosas interpretaciones. Mientras que el significado más profundo del texto era ético para Wittgenstein, la mayor parte de las lecturas han destacado su interés para la lógica y la filosofía del lenguaje. No fue sino hasta mucho más tarde que estudios más recientes han empezado a destacar el aspecto místico de la obra como algo central.
Considerado ampliamente como uno de los libros de filosofía más importantes del siglo XX, este texto ejerció una influencia crucial en el positivismo lógico y en general sobre el desarrollo de la filosofía analítica. Junto a Bertrand Russell, hizo del joven Wittgenstein uno de los exponentes del atomismo lógico.