Hace 60 años, el 8 de mayo de 1945, con el derrumbe del III Reich alemán, terminaba la II Guerra Mundial en Europa. Proseguiría en Asia hasta el 2 de septiembre de 1945, cuando, sobre el puente del acorazado estadounidense Missouri, los representantes de Japón, abrumados por las primeras bombas atómicas, firmaran la rendición de su país.
¿Es necesario seguir hablando de este conflicto, en un momento en que el gran coro de los medios nos asesta, en ocasión de las múltiples ceremonias conmemorativas (1) –por el desembarco de Normandía, la liberación de París, la entrega de Auschwitz y luego la de Buchenwald, la caída de Berlín–, imágenes pletóricas y comentarios interminables sobre sus principales episodios? La respuesta es sí. Por una razón simple: el propio ceremonial de las conmemoraciones entierra y ahoga el sentido del acontecimiento. La paradoja es que los medios recuerdan... para hacer olvidar mejor.
El historiador Eric Hobsbawn nos ha puesto en guardia: “Hoy –afirma– la historia es más que nunca revisada o incluso inventada por personas que no desean conocer el verdadero pasado, sino solamente un pasado que esté de acuerdo con sus intereses. Nuestra época es la época de la gran mitología histórica” (2).
A medida que el tiempo nos aleja de los hechos, los testigos directos desaparecen y las enseñanzas obtenidas en caliente de los acontecimientos se desdibujan y se confunden. Y los grandes medios, que no tienen el rigor de los historiadores, reconstruyen, según las modas, un pasado que muchas veces está determinado, corregido, rectificado... por el presente. Un pasado expurgado, depurado, lavado de todo lo que podría, hoy, generar desorden. En este sentido, –y esta es otra paradoja– hay pocas diferencias entre esta nueva “historia oficial” y la censura del Estado en los países no democráticos. En ambos casos, lo que reciben las jóvenes generaciones es ese pasado revisado. Debemos rebelarnos contra tal distorsión de la historia.
La II Guerra Mundial fue el momento central del siglo XX. Uno de los acontecimientos más violentos y más destacados de la historia de la humanidad. En primer lugar por su desmesura, su amplitud sin igual. Con la extensión y la intensificación progresiva del conflicto, el campo de batalla se extendió a todo el planeta y afectó a todos los continentes, salvo la Antártida. En 1945, casi todos los Estados independientes se encontraban implicados en la guerra. Las grandes potencias imperiales habían arrastrado al enfrentamiento, por las buenas o por las malas, a sus colonias de África y Asia. Y todos los países de América Latina se habían comprometido en favor de la causa aliada (3); Brasil llegó incluso a constituir un cuerpo expedicionario que combatió en Italia. En el momento de la caída del Reich hitleriano, sólo nueve Estados del mundo (Afganistán, Dinamarca, España, Irlanda, Mongolia, Nepal, Portugal, Suecia y Suiza) seguían siendo oficialmente neutrales.
La cantidad de soldados movilizados superó todo lo que se había conocido anteriormente. Mientras en Asia los japoneses proseguían una guerra sin fin para adueñarse de China, Alemania movilizó en 1939 a 3 millones de soldados de la Wehrmacht para ocupar Polonia. Y pronto iba a alistar a 6 millones para emprender una “guerra preventiva” contra la Unión Soviética, que a su vez iba a oponer fuerzas que superaban los 11,5 millones de hombres... Y, cuando Estados Unidos entró en la guerra, después de haber sido víctima de un“ataque preventivo” de los japoneses en Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941, movilizó no menos de 12 millones de soldados...
Esta guerra planetaria fue también una “guerra total”, que se caracterizó por la extensión de la “zona de destrucción” mucho más allá del campo de batalla propiamente dicho. Las poblaciones civiles de toda Europa, de Rusia occidental y de Asia oriental sufrieron operaciones militares, las consecuencias de la proximidad con los diversos frentes, batidas y registros, y represiones y bombardeos sistemáticos. Sin hablar de las persecuciones y masacres por motivos ideológicos o a causa de políticas raciales de las que fueron víctimas millones de civiles (en particular los judíos europeos, los gitanos, los chinos y los coreanos) por parte de los Estados del Eje (Alemania, Italia y Japón), sobre todo en Europa oriental y en China.
El coste en vidas humanas fue el más elevado de la historia. Se estima la cantidad total de muertos en alrededor de 50 millones. El balance fue más desfavorable en Europa que en Asia, y mucho más en el este europeo que en el oeste. El ejército soviético –el Ejército Rojo– perdió por sí solo unos 14 millones de hombres: 11 millones en los campos de batalla (de los cuales 2 millones en los frentes de Extremo Oriente) y 3 millones en los campos alemanes de prisioneros... Algunas grandes batallas como Stalingrado (septiembre de 1942-febrero de 1943), el desembarco de Normandía (junio de 1944) o la toma de Berlín (20 de abril-8 de mayo de 1945) resultaron ser más mortíferas que los peores enfrentamientos de la I Guerra Mundial.
Entre los Aliados, el total de muertos en combate fue de 300.000 estadounidenses, 250.000 británicos y 200.000 franceses. Japón perdió un millón y medio de combatientes. Pero una de las principales causas de pérdidas de vidas humanas fue el enfrentamiento, en el Este de Europa, entre la Wehrmacht y el Ejército Rojo, que terminó con la muerte de por lo menos 11 millones de soldados de ambos campos y produjo más de 25 millones de heridos...
Por primera vez en el curso de una guerra, la cantidad de víctimas civiles superó con mucho la de los militares muertos en combate. Además, los civiles fueron frecuentemente víctimas de atrocidades cometidas para aterrorizar al adversario. De esta manera, en Asia, Japón, que había invadido el norte de China desde 1937 y ocupado Pekín, lanzó su ejército sobre Nankín, donde tenía su sede el gobierno chino, que decidió resistir. Una vez tomada Nankín, el ejército japonés se entregó a una verdadera masacre. Los 200.000 chinos que se encontraban todavía en la ciudad fueron todos ejecutados en condiciones atroces. Las mujeres fueron salvajemente violadas, los hombres y niños enterrados vivos o torturados según directivas precisas. La ciudad fue saqueada y luego quemada completamente.
Al príncipe Asakasa, primer responsable de esta carnicería, jamás se le molestó después de la guerra. Todavía hoy algunos manuales escolares japoneses minimizan este crimen. Lo que –con razón– pone furiosos a los chinos y coreanos, como pudo verse el pasado abril en Pekín, durante las grandes manifestaciones antijaponesas. Contrariamente a Alemania, Japón no reconoció nunca de manera convincente sus abominables crímenes de guerra contra los civiles chinos y coreanos.
En todas partes, el hambre diezmó a las poblaciones asediadas. Así, en Leningrado (hoy San Petersburgo), más de 500.000 civiles perecieron por las privaciones entre noviembre de 1941 y enero de 1944. Y también hubo bombardeos intensivos de las ciudades. Todos los beligerantes abandonaron cualquier escrúpulo en relación con las grandes aglomeraciones indefensas. Comenzando por las fuerzas hitlerianas que, desde el 10 de septiembre de 1940 hasta el 15 de mayo de 1941, multiplicaron las incursiones aéreas contra las ciudades inglesas (entre las cuales estaba Coventry) provocando más de 50.000 muertes civiles. Como muchas otras ciudades, Varsovia fue enteramente destruida de noviembre a diciembre de 1944 por las tropas alemanas en retirada. Los Aliados replicaron el 13 de febrero de 1945 con la destrucción de Dresde, generando decenas de miles de víctimas civiles, muchas de ellas refugiados. Luego, el 8 y 11 de agosto de 1945, las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki fueron eliminadas del mapa por los primeros bombardeos atómicos de la historia.
También hubo éxodos o marchas forzadas que produjeron innumerables víctimas entre los prisioneros de guerra, los deportados y las poblaciones desplazadas; sólo en el año 1945, por ejemplo, más de dos millones de alemanes encontraron la muerte mientras huían a pie, hacia el Oeste, ante el avance de las fuerzas soviéticas. Y hubo también, y sobre todo, el crimen de los crímenes, la exterminación sistemática por parte de los nazis, por razones de odio antisemita, de seis de los doce millones de judíos europeos.
Por sus dimensiones apocalípticas, y por los huracanes de violencia, de crueldad y de muerte que desató sobre el mundo, la II Guerra Mundial cambió profundamente no sólo la geopolítica internacional, sino también, las mentalidades. Para las generaciones que vivieron esa guerra y sobrevivieron a sus violencias, ya nada podía ser como antes. Durante este conflicto el hombre se sumergió en una suerte de abismo del mal y, de alguna manera, llegó a deshumanizarse. Muy particularmente en Auschwitz. Por eso era necesario proceder, una vez terminada la guerra, a una regeneración, una reconstrucción del espíritu humano. Una rehumanización del hombre.
Tal como lo conocemos hoy, el mundo sigue estando fuertemente modelado por el traumatismo causado por esta guerra. Se han obtenido algunas enseñanzas, dos especialmente:
— En primer lugar, que es necesario evitar a cualquier precio un conflicto de la misma naturaleza; lo que llevó a la comunidad internacional a constituir, a partir de 1945, un instrumento inédito: la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuyo primer objetivo sigue siendo impedir las guerras;
— En segundo lugar, que las teorías fascista y nacionalsocialista, así como el militarismo imperial japonés, siguen siendo culpables de haber arrojado al mundo al abismo de una guerra tan abominable; y que los regímenes políticos basados en el antisemitismo, en el odio racial o en la discriminación constituyen peligros no sólo para su propio pueblo sino también para toda la humanidad. Esta es la razón por la que, muy naturalmente, la II Guerra Mundial fue seguida del nacimiento de Israel y del gran despertar de los pueblos colonizados de África y Asia.
Pero los propios vencedores parecen haber olvidado las enseñanzas de esta guerra. Así, por ejemplo, la Rusia del presidente Vladimir Putin se deshonra con su represión ciega y su abuso de la fuerza en Chechenia. Y en Estados Unidos, la administración del presidente George W. Bush ha utilizado los odiosos atentados del 11 de septiembre como pretexto para cuestionar el estado de derecho. Washington ha restablecido el principio de la “guerra preventiva” para invadir Irak, ha creado “campos de detención” para prisioneros despojados de sus derechos y tolera la práctica de la tortura.
Estas gravísimas desviaciones no impedirán de ninguna manera a Putin y Bush ocupar el 8 de mayo el primer lugar en el centro de las ceremonias en recuerdo de la derrota del III Reich. Pocos medios se atreverán a recordarles que están usurpando ese lugar, por haber traicionado los grandes ideales de la victoria de 1945.
Le Monde Diplomatique, mayo/2005
NOTAS:
(1) Véase Dominique Vidal, “Abandonar la tribu”, Le Monde diplomatique, edición española, marzo de 2005.
(2) Hobsbawm Eric, Años Interesantes. Una vida en el siglo XX, Editorial Crítica, Barcelona, 2003.
(3) La II Guerra Mundial enfrentó a los “Aliados” (los Estados democráticos reunidos en torno a Estados Unidos y el Reino Unido) más la Unión Soviética, con los países del Eje (Alemania, Italia y Japón).
¿Es necesario seguir hablando de este conflicto, en un momento en que el gran coro de los medios nos asesta, en ocasión de las múltiples ceremonias conmemorativas (1) –por el desembarco de Normandía, la liberación de París, la entrega de Auschwitz y luego la de Buchenwald, la caída de Berlín–, imágenes pletóricas y comentarios interminables sobre sus principales episodios? La respuesta es sí. Por una razón simple: el propio ceremonial de las conmemoraciones entierra y ahoga el sentido del acontecimiento. La paradoja es que los medios recuerdan... para hacer olvidar mejor.
El historiador Eric Hobsbawn nos ha puesto en guardia: “Hoy –afirma– la historia es más que nunca revisada o incluso inventada por personas que no desean conocer el verdadero pasado, sino solamente un pasado que esté de acuerdo con sus intereses. Nuestra época es la época de la gran mitología histórica” (2).
A medida que el tiempo nos aleja de los hechos, los testigos directos desaparecen y las enseñanzas obtenidas en caliente de los acontecimientos se desdibujan y se confunden. Y los grandes medios, que no tienen el rigor de los historiadores, reconstruyen, según las modas, un pasado que muchas veces está determinado, corregido, rectificado... por el presente. Un pasado expurgado, depurado, lavado de todo lo que podría, hoy, generar desorden. En este sentido, –y esta es otra paradoja– hay pocas diferencias entre esta nueva “historia oficial” y la censura del Estado en los países no democráticos. En ambos casos, lo que reciben las jóvenes generaciones es ese pasado revisado. Debemos rebelarnos contra tal distorsión de la historia.
La II Guerra Mundial fue el momento central del siglo XX. Uno de los acontecimientos más violentos y más destacados de la historia de la humanidad. En primer lugar por su desmesura, su amplitud sin igual. Con la extensión y la intensificación progresiva del conflicto, el campo de batalla se extendió a todo el planeta y afectó a todos los continentes, salvo la Antártida. En 1945, casi todos los Estados independientes se encontraban implicados en la guerra. Las grandes potencias imperiales habían arrastrado al enfrentamiento, por las buenas o por las malas, a sus colonias de África y Asia. Y todos los países de América Latina se habían comprometido en favor de la causa aliada (3); Brasil llegó incluso a constituir un cuerpo expedicionario que combatió en Italia. En el momento de la caída del Reich hitleriano, sólo nueve Estados del mundo (Afganistán, Dinamarca, España, Irlanda, Mongolia, Nepal, Portugal, Suecia y Suiza) seguían siendo oficialmente neutrales.
La cantidad de soldados movilizados superó todo lo que se había conocido anteriormente. Mientras en Asia los japoneses proseguían una guerra sin fin para adueñarse de China, Alemania movilizó en 1939 a 3 millones de soldados de la Wehrmacht para ocupar Polonia. Y pronto iba a alistar a 6 millones para emprender una “guerra preventiva” contra la Unión Soviética, que a su vez iba a oponer fuerzas que superaban los 11,5 millones de hombres... Y, cuando Estados Unidos entró en la guerra, después de haber sido víctima de un“ataque preventivo” de los japoneses en Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941, movilizó no menos de 12 millones de soldados...
Esta guerra planetaria fue también una “guerra total”, que se caracterizó por la extensión de la “zona de destrucción” mucho más allá del campo de batalla propiamente dicho. Las poblaciones civiles de toda Europa, de Rusia occidental y de Asia oriental sufrieron operaciones militares, las consecuencias de la proximidad con los diversos frentes, batidas y registros, y represiones y bombardeos sistemáticos. Sin hablar de las persecuciones y masacres por motivos ideológicos o a causa de políticas raciales de las que fueron víctimas millones de civiles (en particular los judíos europeos, los gitanos, los chinos y los coreanos) por parte de los Estados del Eje (Alemania, Italia y Japón), sobre todo en Europa oriental y en China.
El coste en vidas humanas fue el más elevado de la historia. Se estima la cantidad total de muertos en alrededor de 50 millones. El balance fue más desfavorable en Europa que en Asia, y mucho más en el este europeo que en el oeste. El ejército soviético –el Ejército Rojo– perdió por sí solo unos 14 millones de hombres: 11 millones en los campos de batalla (de los cuales 2 millones en los frentes de Extremo Oriente) y 3 millones en los campos alemanes de prisioneros... Algunas grandes batallas como Stalingrado (septiembre de 1942-febrero de 1943), el desembarco de Normandía (junio de 1944) o la toma de Berlín (20 de abril-8 de mayo de 1945) resultaron ser más mortíferas que los peores enfrentamientos de la I Guerra Mundial.
Entre los Aliados, el total de muertos en combate fue de 300.000 estadounidenses, 250.000 británicos y 200.000 franceses. Japón perdió un millón y medio de combatientes. Pero una de las principales causas de pérdidas de vidas humanas fue el enfrentamiento, en el Este de Europa, entre la Wehrmacht y el Ejército Rojo, que terminó con la muerte de por lo menos 11 millones de soldados de ambos campos y produjo más de 25 millones de heridos...
Por primera vez en el curso de una guerra, la cantidad de víctimas civiles superó con mucho la de los militares muertos en combate. Además, los civiles fueron frecuentemente víctimas de atrocidades cometidas para aterrorizar al adversario. De esta manera, en Asia, Japón, que había invadido el norte de China desde 1937 y ocupado Pekín, lanzó su ejército sobre Nankín, donde tenía su sede el gobierno chino, que decidió resistir. Una vez tomada Nankín, el ejército japonés se entregó a una verdadera masacre. Los 200.000 chinos que se encontraban todavía en la ciudad fueron todos ejecutados en condiciones atroces. Las mujeres fueron salvajemente violadas, los hombres y niños enterrados vivos o torturados según directivas precisas. La ciudad fue saqueada y luego quemada completamente.
Al príncipe Asakasa, primer responsable de esta carnicería, jamás se le molestó después de la guerra. Todavía hoy algunos manuales escolares japoneses minimizan este crimen. Lo que –con razón– pone furiosos a los chinos y coreanos, como pudo verse el pasado abril en Pekín, durante las grandes manifestaciones antijaponesas. Contrariamente a Alemania, Japón no reconoció nunca de manera convincente sus abominables crímenes de guerra contra los civiles chinos y coreanos.
En todas partes, el hambre diezmó a las poblaciones asediadas. Así, en Leningrado (hoy San Petersburgo), más de 500.000 civiles perecieron por las privaciones entre noviembre de 1941 y enero de 1944. Y también hubo bombardeos intensivos de las ciudades. Todos los beligerantes abandonaron cualquier escrúpulo en relación con las grandes aglomeraciones indefensas. Comenzando por las fuerzas hitlerianas que, desde el 10 de septiembre de 1940 hasta el 15 de mayo de 1941, multiplicaron las incursiones aéreas contra las ciudades inglesas (entre las cuales estaba Coventry) provocando más de 50.000 muertes civiles. Como muchas otras ciudades, Varsovia fue enteramente destruida de noviembre a diciembre de 1944 por las tropas alemanas en retirada. Los Aliados replicaron el 13 de febrero de 1945 con la destrucción de Dresde, generando decenas de miles de víctimas civiles, muchas de ellas refugiados. Luego, el 8 y 11 de agosto de 1945, las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki fueron eliminadas del mapa por los primeros bombardeos atómicos de la historia.
También hubo éxodos o marchas forzadas que produjeron innumerables víctimas entre los prisioneros de guerra, los deportados y las poblaciones desplazadas; sólo en el año 1945, por ejemplo, más de dos millones de alemanes encontraron la muerte mientras huían a pie, hacia el Oeste, ante el avance de las fuerzas soviéticas. Y hubo también, y sobre todo, el crimen de los crímenes, la exterminación sistemática por parte de los nazis, por razones de odio antisemita, de seis de los doce millones de judíos europeos.
Por sus dimensiones apocalípticas, y por los huracanes de violencia, de crueldad y de muerte que desató sobre el mundo, la II Guerra Mundial cambió profundamente no sólo la geopolítica internacional, sino también, las mentalidades. Para las generaciones que vivieron esa guerra y sobrevivieron a sus violencias, ya nada podía ser como antes. Durante este conflicto el hombre se sumergió en una suerte de abismo del mal y, de alguna manera, llegó a deshumanizarse. Muy particularmente en Auschwitz. Por eso era necesario proceder, una vez terminada la guerra, a una regeneración, una reconstrucción del espíritu humano. Una rehumanización del hombre.
Tal como lo conocemos hoy, el mundo sigue estando fuertemente modelado por el traumatismo causado por esta guerra. Se han obtenido algunas enseñanzas, dos especialmente:
— En primer lugar, que es necesario evitar a cualquier precio un conflicto de la misma naturaleza; lo que llevó a la comunidad internacional a constituir, a partir de 1945, un instrumento inédito: la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuyo primer objetivo sigue siendo impedir las guerras;
— En segundo lugar, que las teorías fascista y nacionalsocialista, así como el militarismo imperial japonés, siguen siendo culpables de haber arrojado al mundo al abismo de una guerra tan abominable; y que los regímenes políticos basados en el antisemitismo, en el odio racial o en la discriminación constituyen peligros no sólo para su propio pueblo sino también para toda la humanidad. Esta es la razón por la que, muy naturalmente, la II Guerra Mundial fue seguida del nacimiento de Israel y del gran despertar de los pueblos colonizados de África y Asia.
Pero los propios vencedores parecen haber olvidado las enseñanzas de esta guerra. Así, por ejemplo, la Rusia del presidente Vladimir Putin se deshonra con su represión ciega y su abuso de la fuerza en Chechenia. Y en Estados Unidos, la administración del presidente George W. Bush ha utilizado los odiosos atentados del 11 de septiembre como pretexto para cuestionar el estado de derecho. Washington ha restablecido el principio de la “guerra preventiva” para invadir Irak, ha creado “campos de detención” para prisioneros despojados de sus derechos y tolera la práctica de la tortura.
Estas gravísimas desviaciones no impedirán de ninguna manera a Putin y Bush ocupar el 8 de mayo el primer lugar en el centro de las ceremonias en recuerdo de la derrota del III Reich. Pocos medios se atreverán a recordarles que están usurpando ese lugar, por haber traicionado los grandes ideales de la victoria de 1945.
Le Monde Diplomatique, mayo/2005
NOTAS:
(1) Véase Dominique Vidal, “Abandonar la tribu”, Le Monde diplomatique, edición española, marzo de 2005.
(2) Hobsbawm Eric, Años Interesantes. Una vida en el siglo XX, Editorial Crítica, Barcelona, 2003.
(3) La II Guerra Mundial enfrentó a los “Aliados” (los Estados democráticos reunidos en torno a Estados Unidos y el Reino Unido) más la Unión Soviética, con los países del Eje (Alemania, Italia y Japón).