Lao-Tsé no fundó ninguna escuela. No sintió el deseo ni la necesidad de hacerlo, porque no tenía la intención de difundir una doctrina. Vislumbró las grandes conexiones universales, y vertió dificultosamente lo visto en palabras, dejando a otros espíritus afines de épocas posteriores la tarea de seguir sus indicaciones y de contemplar por sí mismo el conjunto del mundo y las verdades que él descubrió. Lo cierto es que en todos los tiempos han existido pensadores capaces de elevar su visión por encima de los fenómenos pasajeros de la vida humana hacia el eterno sentido del proceso cósmico, cuya grandeza desafía toda conceptualización. Esta versión del Tao Te King, fielmente traducida y comentada por Richard Wilhelm, pone al alcance del lector contemporáneo el mensaje atemporal de Lao-Tsé. Quiera el Tao que en ella encuentre la paz y el alivio que resultan de restarle importancia a la seriedad de la vida, una seriedad que carece de valor esencial intrínseco.
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