En su clásica obra, que sigue inspirando a sus muchos lectores, James Lovelock propone su idea de que la Tierra se comporta como si fuera un organismo vivo. Escrito para no científicos, Gaia es un viaje a través del tiempo y del espacio, en busca de pruebas en las que fundamentar un modelo de nuestro planeta nuevo y radicalmente diferente. En contra de la idea habitual de que la materia viva es pasiva frente a las amenazas a su existencia, el libro explora la teoría de que la materia viva de la Tierra (el aire, el mar, y la superficie de la tierra) forman un sistema complejo que tiene la capacidad de mantener la Tierra como un lugar adecuado para la vida.
El concepto de Madre Tierra o, con el término de los antiguos griegos, Gaia, ha tenido enorme importancia a lo largo de toda la historia de la humanidad, sirviendo de base a una creencia que aún existe junto a las grandes religiones. A consecuencia de la acumulación de datos sobre el entorno natural y de desarrollo de la ecología se ha especulado recientemente sobre la posibilidad de que la biosfera sea algo más que el conjunto de todos los seres vivos de la tierra, el mar y el aire. Cuando la especie humana ha podido contemplar desde el espacio la refulgente belleza de su planeta lo ha hecho con un asombro teñido de veneración que es el resultado de la fusión emocional de conocimiento moderno y de creencias ancestrales. Este sentimiento, a despecho de su intensidad, no es, sin embargo prueba de que la Madre Tierra sea algo vivo. Tal supuesto, a semejanza de un dogma religioso, no es verificable científicamente, por lo que, en su propio contexto, no puede ser objeto de ulterior racionalización.
Desde la primera publicación de Gaia, muchas de las predicciones de James Lovelock se han confirmado y su teoría se ha convertido en un tema de palpitante actualidad en los círculos científicos.
El concepto de Madre Tierra o, con el término de los antiguos griegos, Gaia, ha tenido enorme importancia a lo largo de toda la historia de la humanidad, sirviendo de base a una creencia que aún existe junto a las grandes religiones. A consecuencia de la acumulación de datos sobre el entorno natural y de desarrollo de la ecología se ha especulado recientemente sobre la posibilidad de que la biosfera sea algo más que el conjunto de todos los seres vivos de la tierra, el mar y el aire. Cuando la especie humana ha podido contemplar desde el espacio la refulgente belleza de su planeta lo ha hecho con un asombro teñido de veneración que es el resultado de la fusión emocional de conocimiento moderno y de creencias ancestrales. Este sentimiento, a despecho de su intensidad, no es, sin embargo prueba de que la Madre Tierra sea algo vivo. Tal supuesto, a semejanza de un dogma religioso, no es verificable científicamente, por lo que, en su propio contexto, no puede ser objeto de ulterior racionalización.
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